Inspiradíssimos no dia dos namorados, temos mais uma história linda (daquelas de cair cisco no olho, sabe?) de amor de mochila.
Tá com o espanhol em dia? Vai precisar… 😉 mas é fácil de entender, faz um esforcinho! (e é bem mais charmoso, vai…)
E muito amor hoje pra nós <3
Dicen que no se puede cambiar ni descifrar el destino. Que las cosas – cada una de las cosas – de alguna forma misteriosa ya están todas escritas en alguna parte imposible de ubicar. En vano intentaremos comprender lo que nos mueve de encuentro a nuestro futuro pero al fin y al cabo seremos siempre meros personajes de nuestra propia historia. El amor está escrito. Todo está escrito. Maktub, dicen los árabes.
Si así es, que la vida nuestra transcurre de forma inapelable, quizás nos toque solamente aceptar los hechos y los sentimientos espontáneos e incontrolables. Aceptar que todo el universo ha conspirado para poner en el tiempo y sitio exactos las cosas determinadas a ser. Aceptar que cuando una mirada fulminante nos domina, nos atrapa y nos vuelve rehén, es imposible resistir. Ya es demasiado tarde para decir que no. Estamos enamorados. Y bueno. No hablo del amor a primera vista como esos poetas geniales capaces de imaginar romances desde un cuarto oscuro y solitario. Lo digo por experiencia propia. Conmigo ha pasado. Quizás en el local menos probable.
Me encontraba yo literalmente en el punto más aislado de este planeta, en el ombligo del mundo. En la mística isla llamada Rapa Nui, donde los ojos siempre miran al cielo o al mar, pues no hay nada más que mirar en un radio de tres mil quilómetros.
Llevaba yo mi segundo día. Había llovido la noche anterior y por eso me había quedado durmiendo en mi carpa, sin ganas de salir a recorrer. Además estaba solo allá. Sin conocidos y ya un poco triste por la lluvia y el frío. Todo estaba escrito para ser así. Yo no sabía, pero al segundo día las cosas tendrían sentido. Si hubiera salido de carrete ya en la primera noche isleña, quizás a la siguiente estaría cansado y no iría a conocer al amor de mi vida.
Adentré a Marau – un bar sencillo pero de buenísima vibra, rústico, animado – y supe que algo era especial en aquella chica que miré justo cuando ahí llegaba. La seguí admirando por algunos instantes, pero nuestras miradas no se encontraban. Un movimiento equivocado y lo pondría todo a perder. Me pareció mejor esperar el momento ideal mientras seguía disfrutando de copetes con una pareja de japoneses, otra de ingleses y un grupo de chilenos. Era una noche agradable. Lo pasaba genial. Pero yo necesitaba hablar con ella… y necesitaba hacerlo pronto! Estaba escrito!
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Entonces es que se acercan unos brasileños para cortejarla y se me ocurre el peor pronóstico: por huevón voy a quedarme acá, mirándola sin poder hacer nada.
La verdad que no sé exactamente de donde salió el coraje para hacer lo que hice. Creo que del alcohol. Probablemente del alcohol. Pero también de unas ganas ya sin medida de hablarle y conocer a ella. Y me acerqué yo, así sin pensar. Y me presenté con un “Rafa, mucho gusto!” y ella se rió, quizás por la formalidad… y, bueno… al día posterior salimos a recorrer la isla y parecíamos ya una pareja de años vividos. Lo pasamos impecable.
Se llamaba Stephanie. Una profesora chilena de Valparaíso que había aceptado el desafío de dar clases en Rapa Nui durante un año. Cuando la conocí, obvio que no podría saber lo que iba pasar con mi corazón, pero con ella viví sentimientos tan increíblemente felices que al sétimo día, ya no queríamos distanciarnos aunque la despedida fuera inevitable y dolorosa.
No fueron fáciles los tres meses que se siguieron.
Habíamos quedado que ella me fuera visitar a Brasil, pero eso tampoco era algo sencillo. Cruzar seis mil quilómetros de mar, cordillera y fronteras por alguien casi desconocido no es algo muy razonable. Además, ella jamás había dejado su querido Chile y sus padres no se quedaron satisfechos al oír ese cuento de hadas improbable.
Ella vino de vacaciones. Y al décimo-quinto día ya teníamos veintiuno de convivencia. Ya no nos imaginábamos distantes y otra vez la despedida nos dejó arrasados. Cinco meses y otro encuentro, ahora en su Valparaíso natal. A esa altura, las ganas de vivir juntos fueran más grandes que cualquier razonamiento conformista. Y decidimos que ella debería venir a Brasil definitivamente.
Poco a poco vivimos, siempre teniendo el sentimiento nuestro como prioridad. Olvidando la dificultad de la distancia y ignorando todas críticas de la gente cercana.
Hoy somos novios. Vamos casarnos apenas dieciséis meses después de saludarnos y reírnos por primera vez. Yo sé que la gente no entiende. Deben pensar que somos dos locos. Que eses amores de viaje no pueden durar. Que nos falta aún mucho tiempo de convivencia para tomar una decisión de estas. Quizás las personas que piensan así estén correctas.
O quizás solamente aún no han entendido que las mejores cosas de la vida nos sorprenden de forma tan intensa que es verdaderamente imposible negarlas. No importa donde sea. Delante de nosotros o al otro lado del planeta, el amor que nos espera se va presentar sin anuncios y debemos aceptarlo como es. Felizmente, mi corazón ya sabía que no se puede cambiar ni descifrar el destino. Que el amor maktub. Está escrito!
E na foto, os dois em Rapa Nui – Ahu Tongariki (ai… tô chorando mesmo… rs)